La Triste Agonía del Afecto Natural

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Para nadie es un misterio el tremendo progreso que ha experimentado el mundo los últimos 30 o 40 años. Sin ir más lejos, sólo contando la edad de mi generación (lo que he visto en mis 32 años), vemos cómo el avance en la tecnología ha transformado por completo el mundo. Ha cambiado nuestra manera de trabajar, nuestra manera de comunicarnos, nuestras posibilidades de acceder al conocimiento y a conectarnos con el resto del mundo. La globalización ha hecho explosión, y eso ha traído consecuencias de todo tipo para el ser humano. Positivas, y también negativas. Sin duda, el progreso, la capacidad de avanzar, de aprender, de desarrollarse, son positivas para una sociedad. Sin embargo, es también evidente que todo esto ha contribuido a disminuir nuestra necesidad de relacionarnos de manera personal con el otro. Entramos en una necesidad de estar conectados con el mundo, pero en esa sed insaciable de conocimiento y experiencias enriquecedoras, nos hemos ido empobreciendo de alma. Cuando reemplazamos el llamar por teléfono a un amigo de cumpleaños por enviarle un mensaje de Facebook o de Whatsapp, cuando revisar el perfil del amigo me hace creer que estoy conectado con su vida, cuando dejamos de sacarnos fotos para recordar momentos íntimos… y lo hacemos por necesidad de tener una ventana instantánea de nuestra vida hacia donde ojalá todos miren… Sin entenderlo metimos el sentido de nuestra vida dentro de una pantalla que nos hace sentir que somos… ¿admirados? seguidos, sabios, reconocidos, conocedores del mundo. Proyectamos una imagen que quiere ser perfecta y feliz, cuando el corazón permanece solo y necesitado del mismo afecto que nos hace ser seres humanos desde que fuimos creados.

La sociedad ha progresado, pero tristemente los corazones se han endurecido. El egoísmo se ha robado nuestra empatía con el otro, y hoy todo lo que vale es la auto-felicidad, perseguir el bienestar personal, el crecimiento, el desarrollo, la grandeza de uno mismo. “Todo lo que te lo impida, deséchalo de tu vida”. Sin embargo, los índices de depresión aumentan, como aumentan también los suicidios, la violencia intrafamiliar, la drogadicción, los divorcios, la indiferencia de los padres, el abandono de los niños, la rebeldía de los jóvenes, la violencia de alma y también la soledad. Y una de las fatales consecuencias de todo esto es una triste realidad: Agoniza el afecto natural que Dios ha puesto en el corazón de sus criaturas.

La Palabra nos enseña que fuimos creados a la imagen de Dios. Todo el resto de la creación había sido hecha por esa mano poderosa y creativa. Cada semilla de árbol o planta “según su naturaleza”, “cada animal según su especie”…  pero a nosotros, la creación perfecta de Dios, nos fue dada una condición ÚNICA en toda la creación: fuimos hechos a la imagen de Dios. Cuánta grandeza había en esa criatura perfecta y amada. Y así, comprendemos que una de las grandes características que teníamos como sello era la capacidad de AMAR como Dios ama. Esta verdad ha sido una de las grandes y preciadas revelaciones de Dios a mi vida: fui creada para amar, para darme a mí misma a otro, para entregar mi vida, para dedicarme a hacer a otro feliz. Y no es que el mérito sea de uno, sino que en el plan original de Dios para el ser humano veníamos diseñados para SER FELICES Y PLENOS AMANDO, entregándonos POR EL OTRO. Cuando pienso en esto comprendo por qué a pesar de tanta inteligencia que hay hoy en el mundo, los seres humanos somos cada vez más infelices y dañinos. La lejanía y el rechazo a Dios nos ha despojado de nuestra esencia más íntima. El hombre ha perdido la capacidad de amar como Dios ama, ya que ha rechazado a Dios y todo el propósito que Dios tenía para él. La mentira de que somos felices cuando luchamos por nuestros sueños renunciando a todo lo demás, de poner nuestras necesidades por encima de las de los demás, avasallar con la vida con tal de alcanzar MI felicidad… la mentira del egoísmo puro ha terminado por aniquilar la plenitud que estábamos llamados a alcanzar, amando y dando la vida a los demás.

Hace algunos meses en Chile se aprobó la ley de Aborto en tres causales. Vale decir que lo de las tres causales es un engaño ya que lo que la ley permite, en la práctica y haciendo uso de resquicios, es el aborto libre. Está redactada de tal manera que es la más liberal de todas las leyes de aborto que hay ya en otros países. Su aprobación fue un dolor para miles de chilenos que no nos conformamos. Sus defensores celebraron con champaña en las afueras del Congreso de Santiago. Con vítores y cantos de desprecio hacia todos los que frente a ellos lloraban y clamaban en sus corazones por todos esos niños que no nos dejaron defender. Yo me preguntaba… ¿hasta dónde llegaremos? Esta especie de anestesia que lo cubre todo, que le impide a las personas ver la realidad de lo que están defendiendo, está arrebatándole el alma a las personas. Cuando encontramos justificaciones para el asesinato, y de los más débiles, y nos regocijamos en ellas llamándoles derechos de la mujer, es porque de seres humanos nos queda poco.

Pero, saliendo un poco de este extremo de obvia maldad, tenemos que ser honestos y sinceros en reconocer que mucho de lo que ocurre hoy en día es más de lo mismo. Quizás más solapado o menos evidente, pero es lo mismo: el afecto natural agoniza. Pero viene agonizando desde hace mucho tiempo atrás. Agoniza cuando los padres dejan a sus bebés de meses al cuidado de extraños en guarderías; agoniza cuando normalizamos el abandono y cuando delegamos la crianza a quienes quieran y puedan hacerse cargo de NUESTRAS responsabilidades. Pagamos para que otro haga nuestro trabajo más preciado, para dedicarnos al desarrollo personal. Agoniza cuando no nos conmueve el dolor ajeno. Cuando nos conformamos con las opiniones pero no salimos de la comodidad para intentar transformar el mundo con un pequeño aporte. Agoniza cuando duele dedicarle tu vida a los demás, incluso a quienes más amas, porque estás siempre pensando en cuándo será TU momento… para estar solo, para estar sola.

Mi corazón tiende a reflexionar y preguntarse por qué fue tan fácil renunciar a lo más importante. La primera vez que leí acerca de la pérdida del afecto natural en los últimos tiempos, me costaba entenderlo. ¿Cómo se puede llegar a perder tanto la esencia en la que fuimos creados?

“Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican.”

Romanos 1:28-32

…Y ahí dimensionamos la destrucción que hace el pecado y la maldad del corazón humano, lo destructivos que hemos llegado a ser en contra de nosotros mismos, de nuestra propia naturaleza dada por Dios. El rechazo a Dios nos arroja a la pérdida de todo lo preciado de nuestra existencia. Despreciamos sus más grandes tesoros. Con nuestras propias manos los desechamos. Y ese rechazo envuelve al hombre en una paulatina y al mismo tiempo vertiginosa pérdida de sentido y de propósito. Mientras más el hombre se aleja del conocimiento de Dios, más crece en egoísmo y vanagloria. Tuvimos ansias de ser mejores, superiores, autosuficientes, poderosos, desarrollados… para terminar como individuos solitarios, sin alma ni empatía,  en un mundo que había sido diseñado para compartirse uno mismo con los demás. Y es que todo lo descrito en el pasaje de Romanos 1 describe el proceso por el que pasa el alma de un hombre cuyo espíritu no es nunca vivificado. El pecado nos destruye, nos desintegra por dentro. Nos aleja cada vez más del conocimiento de Dios. Cauteriza nuestra conciencia y de pronto nos encontramos siendo ya insensibles a todo, y sin fruto que ofrecer. Por lo tanto, muertos por dentro, inservibles, incapaces de amar y de ofrecer nada. Es la destrucción de la esencia humana.

“Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”

Filipenses 2:1-8

Wow. Es éste el más inmenso contraste que quebranta el alma. Y es que en Cristo se vuelve a dibujar esa creación perfecta y original, ese diseño maravilloso que nos había sido dado: Su entrega voluntaria, su Amor supremo, esa misericordia que enmudece, quiebra en mil pedazos todo egoísmo del hombre, y nos avergüenza. Y es que la naturaleza de Amor que hemos recibido de Cristo nos impulsa a entregarnos por los demás. El poner los ojos en la necesidad del otro nos lleva a la verdadera plenitud, porque es el molde con el que fuimos creados antes de la caída del hombre. La santificación que hace el Espíritu Santo en nosotros nos depura y nos transforma en seres humildes de corazón, que no fingen el aprecio por el otro, sino que con corazón sincero pueden servirlo y amarlo. La vanagloria queda fuera del corazón que comprende que nada ha recibido por mérito propio, sino que por misericordia lo ha recibido todo. El efecto de esto es vivir de esta manera: estimando a todos como necesitados de la misma gracia que hemos nosotros recibido, y entregándonos por ellos así como Cristo se entregó también por nosotros. Por donde pase el Espíritu Santo debiera quedar fuera el egoísmo y la pretensión de vivir para uno mismo. El ejemplo de Cristo estremece. Confronta. El sacrificio fue su decisión voluntaria porque el Amor de su corazón primó por encima de su derecho a ser exaltado. Los actos de amor construyen. Los actos de amor edifican. Los actos de amor dan identidad. No destruyen ni anulan. Dan vida. Y vida plena. ¿Es ésta la manera en la que amamos?

Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.”

2 Pedro 1:3-10

Nuestro llamado es a ser participantes de su naturaleza divina, por medio del conocimiento verdadero de un Dios tremendo que lo creó todo por amor, de un Hijo que nos amó dándose a sí mismo, y un Espíritu Santo que por amor nos edifica día a día sin descanso ni pausa. Y en ese camino, creceremos de tal manera que alcanzaremos nuevamente ese afecto fraternal, y ese Amor Santo que es la culminación perfecta de todo. Sólo así volveremos a mostrar la Imagen del Dios invisible, así como Cristo. Porque fuimos creados a su perfecta imagen y semejanza.

Pero mamita querida, yo sé que tú estás cansada. No pretendo minimizar tu trabajo ni decir que en realidad es fácil. No lo es. Pero ocurre que cuando vivimos de esta manera, las leyes naturales dejan de funcionar sobre nosotras. Buscando el Reino de Dios y su justicia, se cumplen realmente TODAS aquellas promesas de que correremos y no nos cansaremos, de que en Él nuestro yugo es fácil y ligera la carga, esas promesas que decían que volaríamos como las águilas… Se cumplen cuando Dios es lo primero en nuestra vida y el Espíritu Santo es el que hace la obra en nosotras. Mira nada más lo que dice este pasaje hermoso:

“Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”

2 Corintios 4:16

¿Se rompen o no las leyes naturales? Nuestro Espíritu hace que por dentro rejuvenezcamos de día en día. Somos renovadas, crecemos y estamos realmente más vivas cada día en su Amor y en sus revelaciones que nos alimentan. Vean cómo la ley espiritual es inversa a la corriente del mundo en la  que encontraríamos licencia para quejarnos y gritarle al mundo que nuestra entrega es demasiada… Mientras el tiempo avanza, el corazón del ser humano se ha ido endureciendo en su conexión espiritual con los otros y con Dios. Pero cuando el Espíritu Santo es el que habita y edifica el corazón de una persona, ocurre lo contrario: a medida que el tiempo avanza, si bien el cuerpo se desgasta, nuestro ser interior se va RENOVANDO, vamos rejuveneciendo espiritualmente, dado que experimentamos un nuevo nacimiento, y somos liberados de la mera conciencia terrenal. El crecimiento espiritual revierte el efecto del tiempo en nuestros cuerpos, porque entendemos que somos eternos. La grandeza de alma a la que Dios nos lleva consiste en que gozamos de esa libertad para entregar nuestra vida, voluntariamente, movidos por su Amor profundo.

Hace poco leí un comentario de una querida amiga que decía algo que daba vueltas también en mi cabeza: algo así como que mientras criamos a nuestros pequeños sentimos que envejecemos (fuera de bromas, he ganado suficientes canas el último año como para pensarlo) o que el tiempo pasa y se nos nota… Y ¡es verdad! Pero Dios me dice a mi oído cada día “dichosa eres por entregar los mejores años de tu vida a un propósito que es superior”… Y es la más pura verdad, ¡más grande que la anterior! Ellos, los hijos que Dios nos ha dado, lo valen. Es un honor darles mis mejores años, y ver el fruto de ese Amor luego en la eternidad. Soy bendecida. Crezco. Y mi espíritu se renueva de día en día. Es por esto que yo decido, día a día, entregarme. Gozándome en ello. Porque ahí está la Gloria de Dios… manifiesta. La que transforma al mundo, y que empezará por nuestros propios hogares, con nuestros propios hijos, en los detalles que quizás sólo Él observa, pero que serán manifiestos a toda la creación. Pues mientras amamos, su Gloria es evidente por medio nuestro. Y, como suelo terminar, te recuerdo: Lo hará Cristo mismo… por medio del Espíritu Santo… y para Gloria de Dios Padre.

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